sábado, 4 de agosto de 2012

GATO, MURCIÉLAGO, HOMBRE, PENE


Matías está lindo. ¿Verdad? Dan ganas de hacerle rosquillas y comérselo. Lástima no ser el ogro del cuento… Si la cosa se estanca marcharé a tu país, o a Colombia, o a México, allí cayó Octavio. En una peli biográfica sobre César Chávez, me dijeron, ¿no? Asiento. ¡Estupendo pesto! ¿Qué echaste? Nuez. ¿Y la situación de Dani? Bueno… (me alegré de verlos). Pernocto en el albergue. Gracias. Olvidé firmar. Señala. Tres noches, sólo alojamiento. Mando un mailing a las niñas, por si las brevas. Horas intempestivas. Post Data: 401. Necesito paliar el bochorno. Una ducha fría. Tendido a secar sobre las sábanas, la ventana abierta. La cosa está difícil, en todos los sentidos. Involución atávica. Tenemos lo que consentimos. Ocho horas, mereció la pena viajar para hacer reir al cachorro humano. Especularán con lo que llevarnos a la boca.

-¿Dónde estás?, al móvil.
-Se me ocurrió bajar al centro esta mañana.
-¿Con la que cae?
-Ahora estoy como gato en el árbol. Sabes… no se te nota que lleves aparato.

Minutos antes, una chica:
-¿Ha encontrado lo que buscaba?
-No exactamente…
En el mostrador dos títulos de Fante, ediciones de bolsillo.
-(continúo) deseaba toparme con tu número de teléfono entre las páginas de algún ejemplar.
Sonríe, educada, y oculta su rubor juvenil tras unas enormes lentes, apenas sostenidas por una nariz minúscula.

Insiste en venir a por mí.
-Déjalo (me hago de rogar). Iré por la sombra. Tengo lectura para el camino.
Espero a que llegue bajo un puente rojo, en su coche con aire acondicionado. Esencia de coco. Isa es mi bombera favorita.

Carla tiene cita con la masajista. Estimo que fuera de combate hasta las cuatro y media. Busco la umbría, como crápula o murciélago, en un banco del parque. Desayuno un paquete de galletas, con pasas y trazas de fruta, adquirido en un supermercado próximo. Hago bajar el bolo con largos tragos de yogur batido. La gente pasa con bolsas y carritos de la compra, se sientan, cogen resuello y siguen avanzando penosamente, bajo un sol flagelante. Tengo el mejor asiento en medio del tránsito. Es algo que se me da bien: veo la envidia en sus ojos. Calculé el recorrido del astro, la masa de vegetación circundante, las obstrucciones solares y eólicas, y me aparqué en el lugar idóneo. Corre la brisa y puedo leer tres cuartos de novela del tirón sin solearme. Solaz. Sólo me muevo para sacudir las migas del libro.

Me encanta que los planes no salgan como uno espera, ganando en sorpresa e improvisación. Pero algún día estaría bien ver materializadas las fantasías propias. Como con dos amigas. Me invitan. Estoy entregado al aplauso. Ríen mis ocurrencias. Son sinceras, amenas. El restaurante no es el lugar que había imaginado. Me divierto, qué remedio. Suspiraré por ese “hogar de tres”.

Nueva novela. Mujeres atezadas, desfilantes, carnes oferentes, perladas, partes bajo geométricos de tela, diseños estampados, chorreando agua de piscina, bronceador, feromonas. Sin quererlo me siento más ingenioso, más atrevido, más atento… Guiño a una setentona.

-¿No te bañas?
-No me conviene.
Abre unos sobres. Por su cara deduzco que facturas.
-Y una multa. Menos mal que esta vez no tuve yo el desliz.
Está en un momento bajo. La escucho. Tendrá que vender el coche. La hipoteca. El euribor. Los créditos al trece por ciento. A los bancos los rescatan. No prestan más barato debido al riesgo. Una fortuna en leches para el bebé. Las vacunas. Y si te rehipotecas: pan para hoy y hambre para mañana. Trato de no banalizar. Yo siempre estuve en crisis. Ahora igual que en el dos mil. No aprecio diferencia. Me mira y se mea de la risa, tal vez por mi expresión afectada. Sabe que en el fondo es verdad todo lo que le cuento.

Marchándome tropiezo en el vestíbulo. Stella, vine sólo para verte. Oh! Me siento mal (interpreta). Viene de tomar el desayuno, la esquina de cartón de una caja de cereales especiales sobresale de su monstruoso bolso. Aprovecha mientras liquido la estancia. Saca el macbook, una butaca y una lamparita de pie, para mostrarme su última sesión de fotos. Fueron unos de Miami. La del albergue me echa dos veces la cuenta. Su hermana está aquí. Dice que podríamos haber ido los tres de aventuras al castillo. Me imagino ese sitio idílico: junto a dos rubias austríacas, disfrazadas con alitas de algodón. Muy guapa. Pago reticente. Dice que estoy rejuvenecido, quizá por el rapado. Lo cierto es que engordé varios kilos y mi peluquero sabe que voy quedando calvo y calla. Pero yo también noto ese rejuvenecimiento de hompre-pene, del que habla, llenando su pecho de aire.

La morena de la barra y la camarera son la misma persona. Estoy hipnotizándola. Pido, le hago preguntas, la confundo y realizo maniobras para inducirla al trance. Tienes ojos de mujer fatal, que diría Porcela. La gente comete un error al pensar que la hipnósis se usa para controlar o programar a las personas igual que robots faltos de inteligencia. La curva de sus labios indica complacencia. Ahora soy el más simpático de su orquesta de clientes. Hace rodajas de un limón, y me pone una en el borde del vaso. La esencia es suscitar algo en ella sin que ese algo esté influido por su corsé conciente y sus limitaciones aprendidas. Con mi ingenio me he ganado unos cacahuetes. Inopinadamente me vibra el bolsillo del pantalón. Los vaqueros no me entraban, así que visto unos pantalones con pretina, holgaditos, y una camiseta ceñida. Un sms con faltas otográficas, por remitente desconocido: Hola! Encontré tu número... No tengo por qué contestar.